La «Crítica del Programa de Gotha».
Hace 150 años, en 1875, Karl Marx escribió un documento único. No era un tratado filosófico ni un ensayo periodístico, sino una crítica profunda, quirúrgica, franca y, aún hoy, a menudo descuidada. Se trata de la «Crítica del Programa de Gotha«, escrita como si fuera una carta-comentario sobre el proyecto de unificación de los socialistas alemanes, en torno a un programa común. A primera vista, podría parecer casi un episodio menor en la trayectoria del pensamiento marxista. Sin embargo, como argumenta el marxista indio Paresh Chattopadhyay, es un verdadero «segundo Manifiesto Comunista»: más maduro, menos panfleto, pero no menos revolucionario.
Para comprender el alcance de esta formulación, es necesario volver al contexto. En 1875, los seguidores de Marx y los seguidores de Ferdinand Lassalle, una figura central del estado alemán y del socialismo reformista, intentaron fusionar sus organizaciones en el recién formado Partido Socialista de los Trabajadores de Alemania (más tarde SPD, un acrónimo del Partido Socialdemócrata de Alemania). El programa que debía sintetizar esta fusión había sido escrito en su mayor parte por lassalleanos, y tenía profundos signos de un socialismo estatista, legalista y conciliador. Marx, después de leer el texto, respondió con la «Crítica del Programa de Gotha», enviada en una carta a Wilhelm Bracke, pero que nunca se publicó en su totalidad durante su vida, y no se dio a conocer públicamente hasta 1891.
Lo que Marx ofreció en ese texto no fue solo una crítica coyuntural. Más bien, fue una reafirmación radical de los fundamentos de su teoría de la emancipación. En particular, cabría destacar la visión que propone Marx sobre el estado burgués y cómo superarlo, cuestionando muchos de los planteamientos que hoy esgrimen las organizaciones de la izquierda institucional e incluso los partidos comunistas. Seguidamente incluimos un resumen traducido del artículo de Gabriel Teles sobre este tema, publicado también en «Sinistra in rete«.
El socialismo no es la gestión estatal del capital.
Uno de los objetivos más duros de la crítica de Marx es la concepción del Estado de Lassalle. Para Lassalle y sus seguidores, el Estado podría ser un instrumento neutral de justicia distributiva. Marx, sin embargo, advierte: el Estado no es un árbitro por encima de las clases, sino una forma política que corresponde a ciertas relaciones de producción. En la sociedad capitalista, el Estado moderno es una forma de reproducción de la dominación burguesa. Esperar que sea el agente de emancipación sería una ilusión fatal. En este sentido, la Crítica del Programa de Gotha anticipa muchos de esos debates que florecerían solo en el siglo XX, especialmente entre los marxistas críticos con el estatismo soviético. La denuncia del fetichismo estatal, la defensa de la autogestión de los productores asociados, el rechazo a la centralización burocrática vista como el camino al socialismo; Todo esto se puede encontrar, en embrión, en este breve texto de 1875.
Este aspecto de la Crítica del Programa de Gotha parece ser particularmente incómodo para aquellos proyectos «de izquierda» que todavía ponen sus esperanzas en la conquista del aparato estatal, visto como un camino de transformación. Marx no solo rechazó la neutralidad del Estado; también denunció su forma estructural, como separada y contraria a la autodeterminación popular. El Estado, en la sociedad capitalista, existe para garantizar la reproducción de las condiciones de explotación, aunque esto ocurra bajo el disfraz del llamado «interés general». Su burocracia, sus leyes y sus mecanismos de coerción no son instrumentos vacíos, sino formas sociales específicas que expresan la división entre trabajo y control, entre producción y decisión.
Marx anticipa, en este breve ensayo, uno de los callejones sin salida históricos de la modernidad política: la tendencia de los movimientos emancipatorios a institucionalizarse dentro de las formas estatales, que se suponía que debían superar. La crítica de Marx al Estado no es funcionalista, no se limita a señalar que el Estado está «controlado» por la burguesía, sino que profundiza, afirmando que el Estado es -en su propia forma- la negación de la autogestión y la libre asociación entre individuos.
El problema, por lo tanto, no radica solo en quién ocupa el Estado, sino que consiste precisamente en el hecho de que éste separa estructuralmente a los productores del ejercicio colectivo del poder. Lo que hemos visto, en muchos casos, solo ha sido el reemplazo de la burguesía por una nueva élite político-burocrática, manteniendo intacta la separación entre el pueblo y el poder. En nombre del socialismo, se han reconstruido los estados autoritarios, la política de partido único, la planificación vertical y la represión de la disidencia. Y todo esto en nombre de un proyecto que, para Marx, solo podía realizarse a través del fin del Estado como tal. El llamado «comunismo de Estado» representa la negación práctica de todo lo que afirma la Crítica del Programa de Gotha: la necesidad de una autogestión generalizada, la supresión de la división entre líderes y ejecutores, la disolución de las formas sociales heredadas.
Leer la «Crítica» hoy significa, por tanto, enfrentarse a un desafío teórico y político de primer orden. En tiempos de reconstrucción de la crítica anticapitalista, la tentación de salvar al Estado, visto como un instrumento de justicia, reaparece en nuevas formas: como «Estado de bienestar», «neodesarrollismo» o «gobierno progresista». Pero Marx advierte: sin la transformación radical de las formas sociales que sostienen el Estado -trabajo alienado, propiedad privada de los medios de producción, división técnica y política del trabajo- no hay emancipación. Solo existe la gestión de la barbarie.
¿Por qué se mantiene tan silenciada esta crítica de Marx?
La pregunta que surge es: ¿por qué este texto, que tiene tanta densidad teórica y política, es tan poco leído? Una posible respuesta es incómoda: la Crítica del Programa de Gotha no ofrece ilusiones, no promete atajos institucionales, no confía en el Estado, no endulza el trabajo. En tiempos de políticas «de izquierda», que solo generan miseria capitalista con un barniz humanista, el texto de Marx suena como una provocación.
Además, la Crítica requiere una lectura más rigurosa de la teoría del valor, el trabajo y el Estado; temas que a menudo son reemplazados por enfoques moralistas o culturalistas por el marxismo contemporáneo. No hay forma de leerlo sin enfrentar la radicalidad del comunismo, visto como una ruptura total, no solo con el mercado, sino también con la forma estatal, la forma del trabajo y la forma de la ley. Quizás por eso la Crítica del Programa de Gotha sigue siendo, incluso hoy, casi una especie de «documento maldito» dentro del corpus marxista. A diferencia de textos mucho más populares, como el «Manifiesto del Partido Comunista» o el Prefacio a «Por la crítica de la economía política», esta obra no se presta a interpretaciones conciliatorias o usos institucionales.
Esta Crítica empuja al lector y al movimiento obrero a confrontar sus propias ilusiones: sobre el Estado, sobre la legalidad burguesa, sobre el trabajo como virtud moral. Es un texto que desarma las fantasías del reformismo. La dificultad de su recepción también está ligada al hecho de que requiere una ruptura que no es solo política, sino también ontológica. Marx propone no solo nuevas políticas o nuevas instituciones, sino una nueva forma de vida: un mundo sin trabajo alienado, sin valor, sin Estado, sin capital. Este radicalismo, aún hoy, sigue causando miedo, asusta incluso a aquellos sectores que se dicen marxistas, pero que se limitan a una gestión progresiva de lo existente. Es más conveniente hablar de la redistribución del ingreso, o la expansión de los derechos, que abordar lo que Marx realmente propuso: la abolición de las formas sociales fundamentales del capitalismo. Además, el texto escapa a las categorías habituales de la política moderna y no encaja ni en el marco de la socialdemocracia ni en el del marxismo-leninismo clásico. Su crítica al Estado lo hace indigesto para todos aquellos que creen en la vía institucional.
Su rechazo a la planificación autoritaria lo aleja de las experiencias del «socialismo real». Lo que queda es una crítica aguda y una apuesta estratégica por la autoorganización de los trabajadores, una idea que ha sido sofocada. tanto por las armas del Capital como por los decretos del Partido-Estado. Por todo ello, releer la Crítica del Programa de Gotha es más que un ejercicio filológico. Es un acto de reencuentro con la dimensión más radical del comunismo marxista: la que no busca mejorar el mundo del capital, sino superarlo. En la era de la precariedad estructural, la financiarización de la vida y la automatización gestionada por algoritmos, Marx nos recuerda que ninguna técnica o estado puede reemplazar la acción consciente y organizada de los propios trabajadores. La emancipación será su trabajo, o no lo será.
¿Segundo Manifiesto del Partido Comunista?
El Manifiesto Comunista de 1848 fue un grito de guerra, escrito en medio de la revolución. Por otro lado, la Crítica, casi treinta años después, es una síntesis reflexiva y madura de la experiencia del movimiento obrero y de los escollos de la primera institucionalización. Si el Manifiesto proclamaba que «los proletarios no tienen nada que perder más que sus cadenas», la Crítica mostraba dónde se esconden ahora estas trampas: en el trabajo alienado, en el Estado burocrático, en la ideología de la igualdad formal. Por eso hay que leerlo, estudiarlo, debatirlo y volver a ponerlo en el centro de las formulaciones socialistas del siglo XXI.
En la era de la automatización y la inteligencia artificial, cuando la promesa de liberación del trabajo esconde la intensificación de la vigilancia y la explotación, el gesto de Marx nos interpela de nuevo: no basta con redistribuir los frutos del trabajo, sino que es necesario transformar el trabajo mismo, abolir su forma alienada y liberar el tiempo humano del reloj de la producción de valor.
Los engranajes del capital se adaptan rápidamente: los algoritmos reemplazan a los jefes, las plataformas fragmentan los lazos y la ilusión de autonomía esconde el control total del tiempo, el cuerpo y la subjetividad. En tal escenario, la Crítica del Programa de Gotha resurge como un faro conceptual. No es nostalgia, sino necesidad: nos recuerda que la emancipación no se trata de la expansión del consumo, sino de la destrucción de los mecanismos sociales que nos obligan a vivir para producir. Una sociedad comunista, como la esbozada por Marx, es una sociedad en la que el hacer deja de ser un instrumento de supervivencia y se convierte en la expresión de una vida plena, en el curso de la cual el tiempo libre no es solo tiempo de ociosidad, sino que se convierte en tiempo para uno mismo, para los demás, para la creación. La inteligencia artificial, lejos de ser un enemigo en sí misma, podría ser aliada de una humanidad liberada de las restricciones productivas. Pero esto solo será posible si se rompe la forma social que convierte toda innovación en una intensificación de la explotación.
Lo que está en juego, por lo tanto, no es la tecnología en sí, sino la estructura social que la comanda. Y esta estructura, basada en la extracción de plusvalía, en la separación entre productores y medios de producción, en la competencia y la propiedad privada, es precisamente lo que la Crítica nos enseña a identificar y combatir. Al vaciar el trabajo de todo significado, el capitalismo digital paradójicamente nos da el impulso para pensar en superarlo. Si las máquinas ya hacen parte del trabajo necesario, ¿por qué seguimos sometidos a la lógica de la escasez y el sacrificio? ¿Por qué no reorganizar la vida social sobre la base de las necesidades humanas y los poderes colectivos?
Esta es la pregunta en el corazón de la Crítica del Programa de Gotha, que regresa con fuerza en una era en la que el trabajo pierde centralidad económica y, al mismo tiempo, adquiere centralidad existencial. Sin tal ruptura no habrá revolución. Y no habrá ruptura sin escuchar, una vez más -y con la radicalidad que requiere- el segundo manifiesto. Un manifiesto silencioso, sin consignas, pero que late en cada línea de la crítica de Marx: liberarse del trabajo del capital, liberar el tiempo de la mercancía, liberar la vida de la abstracción de la ley del valor.
Leer hoy la Crítica del Programa de Gotha significa abrir, una vez más, la posibilidad del comunismo. No como un proyecto gubernamental, sino como una forma de vida por venir.