Se ha publicado recientemente un artículo sobre este mismo tema que compartimos y que merece obligada referencia. Cuestión que obliga a un debate aún más necesario considerando el pronunciamiento ya realizado, entre otros, por las direcciones de IU y del PCE en favor de un «frente amplio» para «ganar» las próximas elecciones…
Hoy en día, en política, lo electoral se ha convertido en lo más importante. Todo gira en torno a los resultados, a los números. La táctica le gana terreno a la estrategia constantemente. Y cuando entendemos que las elecciones son un fin en sí mismas, y no un medio, entonces el camino que se toma para llegar a ellas pasa a ser clave dentro de esa lógica táctica.
El debate que ha abierto el diputado de ERC Rufián en los medios de comunicación no surge de la nada: responde a ese runrún que ya venía sonando en la vida política (institucional), sobre la supuesta necesidad de unidad para frenar una posible mayoría de PP y Vox. Pero ojo: no estamos hablando de un auténtico frente antifascista amplio, que probablemente sería ganador y aprovecharía al máximo la Ley D’Hondt. De lo que se está hablando —una vez más— es de cómo unirse únicamente a la izquierda del PSOE, y continuar siendo su muleta. Otra vez se plantea cómo concentrar ese voto que el PSOE por sí solo no puede alcanzar pero que necesita para formar gobierno sin recurrir al PP. Porque, aunque el bipartidismo como alternancia casi automática ya no existe, los bloques sí. Pero tampoco se trata de un bloque de izquierdas frente a otro de derechas al uso, sino más bien de un bloque reaccionario frente a otro progresista y conservador del actual régimen constitucional.
Convertir la unidad electoral entre partidos en un objetivo en sí mismo ya es, de entrada, un error. Porque una alianza puramente táctica para asegurar unos cuantos escaños, no genera ilusión ni moviliza a la gente. Basta con recordar aquel pacto entre Almunia y Frutos en el año 2000, que aspiraba a gobernar… y acabó en desastre.
Hay, eso sí, dos ejemplos históricos que conviene tener en cuenta. Uno es la creación de Izquierda Unida en 1986, como alianza electoral tras el referéndum de la OTAN. Fue un intento serio de reorganizar la izquierda del PSOE, aunque nunca pasó de ser una coalición clásica, que con el tiempo terminó funcionando como un partido más, dominado por las lógicas de otro partido más. El otro es mucho más conocido: el Frente Popular del 36, una unidad antifascista de urgencia tras el fracaso de la Revolución del 34, que al final fue más una suma coyuntural que una verdadera unión estratégica. Acabó diluyéndose al ritmo de las divisiones internas, hasta su colapso, con el golpe de Casado.
Está claro que mirar al pasado puede ayudar a entender aunque no sea lo que determine. De modo que, si hablamos de construir unidad, hay que tener claro que no puede ser solo una suma de logos, ni basarse en un nombre atractivo para la campaña electoral. La unidad solo tiene sentido si se convierte en una forma sostenida de trabajo en común —en lo institucional y en la calle— con base política real, con propuestas, con esfuerzo compartido, caminando hacia una estrategia colectiva que supere los personalismos.
Lenin, desde el exilio, escribía en el verano de 1905 *Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática*. Releerlo, con contexto, sigue siendo útil más de un siglo después. Especialmente, porque nos ayuda a formular bien las preguntas. Una sigue vigente: ¿apostamos por una transformación real acorde con nuestra realidad social o nos resignamos a seguir jugando al mal menor y manteniendo el régimen heredero de Franco?