Un solo estado para Palestina.

Composición señalando que dos estados no sirven a Palestina

Mientras sigue aumentando y extendiéndose la solidaridad internacionalista con el pueblo palestino, las organizaciones y partidos progresistas aprovechan para deslindar sus propias y particulares propuestas con respecto a la alternativa para el territorio palestino y adyacentes. Un claro ejemplo, especialmente doliente para los comunistas, son las declaraciones oficiales del PCE reclamando la restitución de los acuerdos de la ONU de 1948 que avalaban la creación de un nuevo estado de Israel y de otro palestino.  Esto es lo que afirma sin más, en particular,  su comunicado defendiendo la movilización «obrera» del 15 de octubre.

Sin embargo, como señalan las organizaciones no defensoras del establishment, la única alternativa real, democrática y justa para el pueblo palestino pasa por el reconocimiento de un solo Estado democrático y laico en todo el territorio de la Palestina histórica, abierto a todas las religiones y etnias.

La experiencia y el análisis de los acuerdos del pasado siglo, que permitieron la existencia del Estado de Israel, demuestran que las propuestas de partición y la fórmula de los dos Estados han fracaso sistemáticamente en garantizar la paz, la justicia y la convivencia social.

El contexto de los acuerdos históricos

Tras la Segunda Guerra Mundial, la cuestión palestina fue definida por la Resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas, aprobada el 29 de noviembre de 1947, que proponía la partición del Mandato británico de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, con Jerusalén bajo administración internacional. Este plan nunca fue aceptado por los líderes árabes palestinos, y tampoco fue implementado plenamente debido al estallido de la guerra de 1948 que llevó a la proclamación unilateral del Estado de Israel y al éxodo de cientos de miles de palestinos.

Pero el reconocimiento internacional de Israel llegó progresivamente en las décadas siguientes, incluida la normalización española en 1986, aunque siempre acompañado de promesas sobre los derechos de los palestinos y la necesidad del reconocimiento mutuo y la autodeterminación de todos los pueblos involucrados.

Fracaso de la lógica de partición en dos Estados

Los Acuerdos de Oslo de los años 1990 representaron el último intento para establecer dos Estados con fronteras seguras y un periodo transitorio de autonomía palestina limitada. Oslo supuso el reconocimiento mutuo formal entre Israel y la OLP, y el nacimiento de la Autoridad Nacional Palestina como embrión de Estado. Sin embargo, la partición física y política no solo fue insuficiente sino que dejó a la mayoría de la población palestina fuera de cualquier protección real.

La constante expansión de asentamientos, la fragmentación del territorio, la militarización y el bloqueo de Gaza han convertido el mapa resultante en un verdadero “queso suizo” sin viabilidad funcional ni base para una vida digna. La muerte de Rabin y posteriores gobiernos israelíes inclinaron la balanza hacia el control unilateral y la consolidación de los hechos consumados.

Justo lo que está ocurriendo desde hace dos año en Gaza y territorios adyacentes, mediante la perpetración de un genocidio brutal de los sionistas sobre la población palestina. Genocidio que se viene produciendo con la complicidad de las instituciones internacionales (que no hacen nada) y de las fuerzas imperialistas de la OTAN.

Un solo Estado democrático y pluriétnico.

La única alternativa auténtica y duradera es un Estado para todos sus habitantes—judíos, cristianos, musulmanes y no creyentes—sin exclusiones ni privilegios de identidad. Ningún modelo democrático viable puede fundarse sobre la imposición externa ni sobre la supremacía étnica, religiosa ni estatal de un grupo sobre otro, como demuestran la historia del racismo sudafricano y los regímenes coloniales.

Ninguna “solución” orquestada por instituciones internacionales al margen del pueblo palestino puede tener una legitimidad política, democrática o social.

En cambio, un solo Estado democrático, con igualdad de derechos, devolución de tierras a sus legítimos dueños, derecho de retorno para los palestinos expulsados y garantías internacionales, es la única fórmula realista para erradicar la segregación, el apartheid y la violencia estructural. Solo así se puede poner fin a décadas de odio, discriminación y tragedia humanitaria en la tierra donde nacieron las tres grandes religiones monoteístas.

Un futuro común solo puede construirse en la igualdad jurídica y el reconocimiento de la dignidad plena para todas las personas que habitan ese territorio milenario. El único camino viable para palestinos, israelíes y la humanidad es, finalmente, el de un solo Estado democrático abierto a todos—con justicia, memoria y derechos universales para siempre.

Referencias

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