EE.UU. y la UE: la guerra como supervivencia.

Manifestación en Portugal contra el militarismo

Mentalidad de guerra, aumento del gasto militar, pérdida de condiciones de vida. Este es el programa resumido de los líderes y oligarquías vinculadas por el Tratado del  Atlántico Norte

Manuel Raposo. Journalmudardevida.net

El mismo individuo que una vez acusó a los portugueses de desperdiciar los subsidios de la Unión Europea “en mujeres y vino” recientemente exigió que el gasto militar del país (como el de todos los miembros de la OTAN) aumente del 2% al 5% del PIB. Llegó incluso a decir, sin vacilar, con la arrogancia de un colonizador, que ese aumento del gasto debía lograrse a costa de las pensiones, de la salud pública y de la educación. El personaje, Mark Rutte, era entonces primer ministro de los Países Bajos y ahora es secretario general de la OTAN. 

El primer ministro portugués lo recibió en Lisboa con gran solicitud, llamándolo “mi amigo”, y aceptando sin reservas la imposición de este recaudador de impuestos, cuyo objetivo no es otro que alimentar la cruzada antirrusa y antichina lanzada por EE.UU. y acogida por la UE.

“Mentalidad de guerra”, quiere la OTAN

En un intento de superar la resistencia natural –no de los dirigentes, sino de la población europea, ya harta de la guerra–, Rutte buscó justificar la extorsión con la idea de que Europa se enfrenta a un grave peligro contra el cual debe prepararse: la “amenaza rusa”, recuperando el arsenal ideológico y propagandístico de la Guerra Fría. Para enfrentar esta “amenaza”, dice Rutte, es necesario adoptar una “mentalidad de guerra”, es decir, inculcar en las poblaciones europeas la convicción de que Rusia es un enemigo y convencerlas de renunciar a derechos sociales para alimentar la maquinaria de guerra del imperialismo estadounidense y su aliado europeo.

El discurso de la OTAN, que los dirigentes portugueses y su corte de propagandistas aceptan y reproducen a lo perruno, es un reflejo de lo que el imperialismo actual, en su estado podrido, tiene para ofrecer a los pueblos, no sólo a los del llamado mundo periférico, sino también a los del propio mundo desarrollado. Adiós progreso, mejora de vida, avance social, paz, etc. etc. Este discurso ha terminado. A partir de ahora, mentalidad de guerra, aumento del gasto militar, pérdida de condiciones de vida. Aquí está el programa.

¿“Reindustrialización” o simplemente negocio de armas?

Alguien dijo que el capitalismo, cuando se enfrenta a un problema, no lo resuelve: inventa una empresa. El problema es la senilidad del capitalismo occidental, específicamente, el bloqueo del proceso de acumulación de capital. El acuerdo es una carrera armamentista.

Desde mediados de la década de 1970, el capitalismo occidental ha entrado en un largo estancamiento que continúa hasta hoy y del que no ha encontrado salida. A lo largo de este medio siglo, sus tasas de crecimiento han disminuido constantemente. Como el capitalismo es un sistema de crecimiento continuo, el estancamiento significa decadencia, senilidad y muerte. Ésta es la razón subyacente de la decadencia del imperialismo estadounidense. Los socios que dependen de él, y que comparten las mismas características de un capitalismo envejecido, como es el caso de Europa, padecen el mismo problema y por tanto se ven arrastrados hacia la caída.

El negocio de la industria armamentística se presenta como la solución milagrosa (de hecho, el último recurso) para la “reindustrialización” de Europa, e incluso se ve como el camino hacia la renovación de su esplendor económico, su “autonomía” (frente a la descarada arrogancia de los EE.UU.) y su “papel en el mundo” (como potencia imperialista, obviamente). 

Fruto de estas circunstancias desesperadas, el Informe Draghi para la “salvación” de Europa, la arrogancia belicista de Mark Rutte y la ignorancia servil de Luis Montenegro convergen en un mismo propósito: convertir la “mentalidad bélica” en un negocio, alimentando a un sector muy específico del capital, a costa de lo que queda del Estado Social Europeo.

Ninguno de ellos está preocupado por las consecuencias sociales inmediatas y a largo plazo que este cambio de política económica en Europa y en el país tendrá.

Los residuos como programa económico

La inversión en la industria armamentística, al igual que, por ejemplo, en la industria de artículos de lujo, es una inversión socialmente improductiva. 

Una inversión productiva se caracteriza por contribuir a aumentar la riqueza social. El plusvalor resultante puede reinvertirse y reproducirse, lo que permite una amplia acumulación de capital, diversificando la producción de bienes y su consumo, aumentando (al menos potencialmente) el empleo, mejorando (al menos potencialmente) las condiciones de vida, etc. Este tipo de inversión da lugar pues a una amplia reproducción del capital social.

No ocurre lo mismo con las inversiones improductivas. Como es evidente en la industria del lujo, toda producción de bienes de este tipo está destinada, no a la sociedad en su conjunto, sino esencialmente a las clases dominantes o incluso a una parte de ellas. El efecto social, por así decirlo, de los bienes resultantes de esta producción se limita a la satisfacción de los intereses particulares de una fracción de una clase social dada. 

Del valor que produce este sector industrial, sólo una parte se traduce en beneficios sociales (es decir, a través de los salarios que se pagan a sus trabajadores); Todo lo demás está destinado al consumo privado restringido sin contribuir a las condiciones de existencia de la sociedad en su conjunto. Desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto, constituye un coste improductivo, o incluso un desperdicio . Este tipo de inversión no da lugar a una reproducción amplia del capital social.

La industria armamentística orientada a la guerra, de eso se trata, tiene estas características: está orientada a un consumo específico (incluso siguiendo planes de despilfarro y obsolescencia programada), que se materializa en el ejercicio de la violencia por parte de las clases dominantes, no sólo en sus disputas, sino, sobre todo, en la conquista o defensa de privilegios frente a países y pueblos recalcitrantes.

El tipo de consumo que le caracteriza –manifiesto sobre todo en la disposición final de bienes, destinados a la eliminación, que destruyen por sí mismos el resto del capital social– constituye un freno al crecimiento económico, en el sentido de que este consumo no se traduce en la creación de los elementos necesarios para la reproducción amplia del capital social . 

La sociedad paga

Estas industrias socialmente improductivas, como puede verse, no dejan de generar ganancias para los capitalistas que invierten en ellas; no dejan de proporcionar trabajo y salarios a los trabajadores que explotan; No dejan de contribuir al consumo de otros bienes a través de los salarios de sus trabajadores. En este sentido estricto, son productores de plusvalía y, por tanto, de ganancias para sus respectivos capitales. 

En el caso específico de la industria armamentística, el Estado garantiza que los productos se distribuirán de forma segura y exitosa. El Estado juega un papel decisivo en este proceso al adquirir la producción de armas a través de los impuestos que cobra. Al hacerlo, disipa, en pura pérdida, la riqueza social, usurpando valor de los salarios directos e indirectos de las masas trabajadoras.

Por lo tanto, las inversiones en la industria militar siempre pueden contar con un bajo riesgo y, normalmente, con ganancias gigantescas. Este es el punto que desafía la codicia de los inversores capitalistas, ante las dificultades para aumentar su valor en otros sectores de actividad, y genera el aplauso de los líderes políticos en el poder.

Sin embargo, insistimos en que, dado que los productos en cuestión no están destinados al consumo de la población en general, ni siquiera de una proporción significativa de ella; En la medida en que se desperdicia el valor que producen, no pueden contribuir a una mejora general (ni siquiera potencial) de las condiciones de vida de la comunidad. Y, por el contrario, en la medida en que tienden a retirar recursos de capital de la esfera productiva (bienes de consumo diario, vivienda), así como recursos de los servicios sociales (salud, pensiones, educación), o incluso recursos destinados a equipamientos e infraestructuras (transporte, carreteras, redes de saneamiento o energía), contribuyen a empobrecer el capital social. Constituyen costos improductivos que paga la sociedad. 

“Los costos que para la sociedad pertenecen a los falsos costos de producción [costes falsos, costos suplementarios de producción], pueden ser una fuente de enriquecimiento para el capitalista individual” (Karl Marx, El Capital).

Un camino hacia el desastre

Las esperanzas puestas en los beneficios de la industria armamentística –en particular en el relanzamiento de la economía europea– no sólo son ilusorias, sino que también buscan enmascarar la degradación económica y social que el mundo imperialista es incapaz de detener en su propio territorio. El desperdicio y la actividad improductiva adquieren cada vez mayor importancia en el sistema capitalista en general, y son particularmente visibles en el mundo occidental.

Este camino de trabajo social desperdiciado y de parasitismo se ve acentuado por el envejecimiento y la ineficacia del sistema capitalista, contribuyendo a empeorar, no a mejorar, las condiciones generales de existencia de las sociedades actuales. En particular, el continuo crecimiento del gasto militar aparece no sólo como un derivado de un sistema de producción roto, sino también como una necesidad extrema de defensa por parte de las clases dominantes, para apropiarse de recursos y permanecer en el poder.

Draghi, Rutte o Montenegro, cada uno a su escala y en su propio papel, son agentes de esta ruta hacia el desastre disfrazada de “programa de salvación” para Europa. Los pueblos europeos tienen toda la legitimidad y la obligación de levantarse contra el camino hacia la catástrofe diseñado en Washington y Bruselas, traducido en la “mentalidad de guerra” que la OTAN quiere imponer. Este camino alimenta un clima de confrontación militar, destruye los derechos y las libertades sociales y conduce a una degradación económica aún mayor a través de la movilización masiva de recursos para el sector armamentístico. 

Montenegro puede jurar, para tranquilizar a la población, que las colosales contribuciones a la OTAN no pondrán en peligro los derechos sociales de los portugueses… Las brutales palabras de Rutte hablan en su contra. La lógica detrás de los planes de rearme de Europa, especialmente en un entorno de estancamiento del capitalismo occidental, apunta directamente a un aumento de la explotación del trabajo y la degradación de las condiciones de vida de los trabajadores, ya que esta es la fuente de la cual el capital busca recursos para sus aventuras.

Deja una respuesta

Next Post

¡No a la militarización de Argentina! Comunicado y adhesiones.

Lun Feb 17 , 2025
Redacción Quintopoder.ar Las personas y organizaciones firmantes queremos manifestar nuestra preocupación por una serie de medidas y acciones que está tomando el gobierno del […]
Graffiti de Banksy en calle de Buenos Aires

Boletín semanal de novedades

Recibe en tu email un correo semanal con todas las nuevas entradas publicadas en esta web









Sumario